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Sólo habían transcurrido cuatro días desde la sanción presidencial de la controvertida Ley 2010 “por medio de la cual se adoptan normas para la promoción del crecimiento económico, el empleo, la inversión, el fortalecimiento de las finanzas públicas y la progresividad, equidad y eficiencia  del sistema tributario”, léase reforma tributaria 2.0, el 31 de diciembre del año anterior, en medio del jolgorio y los festejos del inminente advenimiento del año bisiesto 2020, el Ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla, previa autorización en volandas por parte del Consejo de Ministros en su sesión virtual de los días 26 y 27 de diciembre, expidió el Decreto 2412 de 2019, “por el cual se reducen unas apropiaciones en el Presupuesto General de la Nación de la vigencia fiscal de 2019”.

El corazón de Mercedes Raquel Barcha Viuda del premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez dejó de latir, para emprender su viaje a su reencuentro con quien compartió su vida y su obra hasta su partida el 17 de abril de 2014. Mercedes y Gabo eran una y la misma cosa, fundieron sus vidas hasta hacer de ellas una sola.

Queremos despedir a nuestro amigo y condiscípulo Gonzalo Caro, más conocido como Carolo, con una estrofa de la canción de Huber Ambario, que le viene bien a la hora de su partida para siempre:

Y que sigan esos gustos
No se escamen, no se espanten
Solo recuerden, el verde es vida
Dios lo puso en tierra para disfrutar
Para fumar
Para llenar esos papelitos
De hierba medicinal

Conocimos a Carolo en la Facultad de Economía de nuestra Alma Mater, la Universidad de Antioquia. Herético, rebelde, excéntrico e iconoclasta, se puede considerar a Carolo como el pionero en Colombia del consumo recreacional de la marihuana en Colombia. Nadie, antes de él, se había ni se habría atrevido a promover y a realizar un Festival con fumarola incluida por cuenta de su consumo masivo, animado y estimulado por 15 bandas de rock, como él lo logró. Y menos en Medellín, en medio de una sociedad pacata y de un país en donde el prohibicionismo del consumo de marihuana tuvo que esperar hasta que la Corte Constitucional acogiera la ponencia del también herético Magistrado Carlos Gaviria Díaz para su permisividad, muchos años después. 
En efecto, mediante la Sentencia C – 221 de 1994 la alta Corte despenalizó el consumo en Colombia de la denominada dosis personal, en defensa del libre desarrollo de la personalidad, dejando al libre albedrío de cada quien su decisión con respecto al consumo de la maracachafa. Pues bien, desafiando la 

prohibición legal de su consumo, así fuera recreacional, la amenaza de excomunión desde los púlpitos, la execración del puritanismo y la mirada complaciente del entonces Alcalde de Medellín Álvaro Villegas Moreno, Carolo se adelantó 23 años a dicha decisión promoviendo la realización del Festival de Ancom, entre el 18 y el 20 de junio de 1971, en inmediaciones del Área Metropolitana de Medellín, en el cual se dio rienda suelta al desenfreno y al sibaritismo que por aquel entonces estaba reservado al hipismo. Huelga decir, que dicho Festival coincidió con el clímax de la gran gesta del movimiento estudiantil universitario en el cual participamos activamente .
Yo creo que los primeros sorprendidos con el permiso y el apoyo dado para la realización del “Festival de música pop”, publicitado como el 1er Festival Rock Latino en Medellín, una especie de “Woodstock colombiano”, en el Parque Ancom Sur (La Estrella), por parte del Alcalde Villegas, fueron sus propios organizadores. No lo podían creer y menos que lo inaugurara oficialmente y le diera la bienvenida a los concurrentes la primera autoridad de la capital de la montaña, que era como se le conocía. Pero, al Alcalde le tocaría pagar un alto precio por su osadía. 
El Colombiano de Medellín lo catalogó como “el Alcalde hippie” y las invectivas del reconocido sacerdote Fernando Gómez Mejía a través de La hora católica, programa radial de gran sintonía, no se hicieron esperar. En sus diatribas y anatemas, calificó como pecado mortal la asistencia al mismo y en una dura reprimenda contra el Alcalde espetó: “con usted Medellín irá más lejos, pero hacia la degradación, hacia el abismo, hacia la derrota, hacia el descrédito, hacia la corrupción, hacia la oscuridad. En una palabra: la ciudad ha sido víctima de la más humillante de las alcaldadas”. 
A ello ripostó Carolo, con la irreverencia que le caracterizaba, que “como la gente no era tan mala, la mínima oportunidad de pecar la aprovechaban y el pecado mortal”, que es aquel que, según el Catecismo Astete, se comete como plena advertencia y pleno consentimiento “era una oferta muy tentadora”. El desenlace de toda esta furrusca no podía ser otro: el Alcalde Villegas fue destituido fulminantemente, por parte del Gobernador de Antioquia Diego Calle Restrepo, había ido demasiado lejos al auspiciar el que calificó o mejor descalificó como “aquelarre…agresor de las buenas costumbres” el arzobispo de Medellín Tulio Botero Salazar. 
Según Carolo, la inspiración y aspiración de este Festival “nació en medio de un viaje, de una alucinación” compartida con sus amigos, los profetas del Nadaísmo, Gonzalo Arango y sus esposa Angelita, Eduardo Escobar y Jotamario Arbeláez, en el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa 
Catalina, llamada por el ex gobernador Simón González, discípulo del gran pensador antioqueño, rebelde irreductible, Fernando González, nadaísta también y contertulio de ellos, la barracuda de los ojos azules. El nombre del sitio escogido para este parche no podía ser más insinuante y sugerente: el hoyo soplador. 
Genio y figura hasta la sepultura, Carolo se inició entonces y siguió siéndolo un gran gestor, promotor y emprendedor cultural. La Caverna de Carolo, su tienda de discos de vinilo, que entre otras cosas están de vuelta, de vestimenta estrafalaria y extravagante, afiches y abalorios propios de la tribu se convirtió, al igual que su Festival de Ancom, en un referente. Desde 1994 y hasta el momento de su deceso dirigió la revista El pellizco, la cual circula mensualmente. 
Su partida coincide, sorpresas que da la vida, con la expedición por parte del Presidente de la República Iván Duque del Decreto 811 de 2021, que termina de desmitificar no sólo el consumo, cuya dosis personal está reglada en Colombia, sino la producción y comercialización de la maldita yerba. Con este acto administrativo se da luz verde, sí verde, a la fabricación de textiles, alimentos o bebidas a base de cannabis, así como a la exportación de la planta con fines medicinales. Al eliminar “la prohibición de exportación de flor seca”, según el Presidente, Colombia “entra a jugar en grande en el mercado internacional”. Insiste el Presidente en que “ya no estamos solamente en uso farmacéutico”, es más augura que Colombia entre en las grandes ligas de exportadores de cannabis para competir por un mercado abierto a nivel mundial que, según sus propias estimaciones, puede llegar a representar US $64.000 millones en 2024, que está a la vuelta de la esquina.  

Miami, julio 26 de 2021
www.amylkaracosta.net

 

El estancamiento de la economía  se tradujo en un aumento de la tasa de desempleo , revirtió la tendencia de la última década, en el transcurso de la cual se logró reducir la pobreza monetaria, que se define  a partir del costo mínimo de una canasta de consumo básica de bienes ($257.433/persona/mes), desde el 42% hasta el 26.9% de la población total en 2017 y lo que es peor el coeficiente GINI, que mide el grado de concentración del ingreso, ya de por sí elevado, también empeoró.

Una vez más nos embarga la tristeza, la nostalgia, la pesadumbre, por la temprana partida de un ser entrañable y querido para nosotros sus hermanos, sus hermanas, su esposo, sus hijos y todo su entorno familiar, como lo fue en vida y seguirá siéndolo en su ausencia terrenal Cecilia. Primero fueron dos primos, José Vicente y Edgar, luego nuestra prima Melis y ahora ella. Batalló durante un mes largo contra el letal COVID – 19, aferrada a la vida, una vida consagrada a las artesanías, a la cultura y las tradiciones del pueblo Wayüu, del cual era una exponente excepcional. 
Según el Papa Francisco “la muerte es como un agujero vacío que se abre en la vida de las familias”, pero en este caso se ha abierto una tronera por el vacío inmenso que nos deja a todos cuantos la apreciamos, la valoramos y sobre todo por su liderazgo tanto como Artesana, Maestra y sobre todo como Autoridad tradicional en su Resguardo Iwouyaa, situado en las goteras de Riohacha, en el territorio ancestral El paraíso. 
Cecilia se cuenta entre las pioneras en La guajira en incursionar en el etnoturismo, su ranchería  y su hostal en Mayapo se convirtieron en un polo de atracción de los turistas, en un referente, pues ella, con la asistencia de su hija Vanessa, no se limitaba a mostrar y exponer sus artesanías, sino que quienes la visitaban tenían la oportunidad de degustar las delicias de la gastronomía autóctona, hacer la siesta en los chinchorros “paleteados” por ella y su comunidad y no podía faltar la narrativa en torno a sus usos y costumbres, así como sus tradiciones, propias de su cultura milenaria. 
Ramón del Valle-Inclán dijo que sólo “mueren aquellos que olvidamos”, pero Ceci será imposible de olvidar, porque, como ella misma dijo “cada pieza que tejemos tiene una historia, tiene nuestro pensamiento, tiene una parte de nosotros”. Bien dijo ella, “tejemos sueños, mostramos lo que vivimos”. De manera que ella deja tras de sí un legado que la trasciende y perdurará no sólo en sus obras de arte que exhibió y promovió en cuanta Feria artesanal había, las cuales llevó además allende nuestras fronteras. Hasta a Europa viajó, contando con el apoyo y el auspicio de Artesanías de Colombia, que siempre vio en ella una de las más caracterizadas exponentes de las artesanías. Cecilia, además de capacitarse ella, le transmitió todos sus saberes, habilidades, conocimientos y experticia a su hija Vanessa, la formó a su imagen y semejanza. Sobre ella, entonces, recae la responsabilidad de preservar, conservar y cultivar ese gran legado.
Su altruismo y su vocación de servicio la llevaron a trabajar a brazo partido, codo a codo, con las demás artesanas para enseñar y entrenar a otras, a propender por la mejora y la variedad de sus tejidos, a organizarlas para reivindicar sus derechos cuando estos eran conculcados. Y ello dio sus frutos, entre ellos uno de los más preponderantes y representativos  fue lograr la denominación de orígen para las artesanías Wayüu, como una forma de proteger y defender su autenticidad y enfrentar el plagio de los avivatos. 
Pero, dejemos que sea ella misma quien nos hable de “lo que representa el pueblo Wayüu en el compás de su tejido”, en un bello y muy bien logrado reportaje para el Diario del Norte por parte de Beatríz Meza Mejía y publicado en su edición del 21 de octubre de 2020.

ANEXO

CECILIA ACOSTA MUESTRA LO QUE REPRESENTA EL PUEBLO WAYÜU EN EL COMPÁS DE SU TEJIDO

Beatríz Meza Mejía, para el Diario del Norte (21 de octubre de 2020)
Su liderazgo lo lleva en la sangre. Cuando uno conversa con Cecilia Acosta encuentra que, más allá de la maestra tejedora que es, hay en su ser el ansia de servir, de convocar.
Esta indígena wayuú, de 53 años, vive en la comunidad de Iwouyaa, ubicada en el territorio ancestral El Paraíso, en zona rural, a 17 kilómetros de Riohacha. Allí habitan 17 familias, que viven de la agricultura, el pastoreo y la tejeduría. En esas tierras secas, abrazadas por el sol y las noches de estrellas, se habla la lengua original, wayuúnaiki, que se ha tratado de preservar, sintiendo un respeto profundo por una memoria muy viva. Incluso, en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, está el Sistema Normativo Wayuú, aplicado a la figura del palabrero.
Cecilia, como la autoridad tradicional de El Paraíso, lleva un gran peso en sus hombros, aún así, le queda tiempo para tejer y atender a su pueblo en sus grandes y pequeñas necesidades. “Hemos venido haciendo un trabajo con las familias de diferentes comunidades buscando una mejor condición de vida desde el tejido”, dice.
Por tradición, explica, las mujeres wayuú son tejedoras: “Desde muy pequeñas aprendemos el tejido y mantenemos esa cultura mientras no se tenga dificultad con la visión ni con las manos, porque muchas terminan con artrosis. Tejemos sueños, mostramos lo que vivimos. Para crear esa belleza lo hacemos con sentimiento”. Y por eso, dice, cuando alguien adquiere uno de esos tejidos, se lleva “una partecita de uno, porque ahí va el pensamiento, el sentir”.
Su madre le enseñó a tejer. Ella era maestra de maestras. Y líder. “Era una tejedora muy fuerte, conocía todas las técnicas del tejido wayuú. Siempre estuvo dedicada a la tejeduría. Como ella, yo aprendí desde pequeña y no solamente con mi madre, también tuve la oportunidad de pasar por un internado indígena, donde nos enseñaban ese arte para hoy en día transmitir esos conocimientos a las nuevas generaciones”.
Relata Cecilia que cuando las niñas tienen su primer período, las encierran en un rancho totalmente cubierto al que solo entra su maestra, que puede ser la madre o la abuela. “Al inicio, esa niña recibe una purificación (…). A partir de tres días, empieza el proceso de aprendizaje. Lo primero que nosotros hacemos es colocar una cantidad de algodón para que ella pueda aprender a hilar (…).  Se empieza por una mochila, por los cordones, por el paleteado; siguen los chinchorros, en las diferentes técnicas, y todo eso lo hace dentro del encierro”. Sus maestras no solo le enseñan a tejer, también le indican lo que significa ser una mujer wayuú. El aprendizaje puede durar meses o años.
Hay un caso especial y es el de su madre, Ángela Pimienta, que duró siete años encerrada. Tanto es que al inicio de cada año le cortaban el cabello y con él fue haciendo un cordón grueso que alcanzó a medir nueve metros y medio. “Ella empezó a cultivarse más y más y se le fue el tiempo. No quería salir, cuando la querían sacar, ella se quedaba. Cuando empezó a hacer las mantas fúnebres, se las cambiaban a mi abuela por reses, porque en ese tiempo no se manejaba el dinero. Ella era la única persona que lo hacía en esa zona. Hoy en día nadie lo hace”.
Y esta madre, quien también fue autoridad tradicional de la comunidad, dejó su conocimiento no solamente en su familia, sino en todas aquellas personas que quisieron aprender con ella. Nada egoísta, fue abierta en la transmisión de ese saber.

Cecilia siente que, a pesar de los cambios en los nuevos tiempos, hay mucha apropiación entre la juventud, precisamente, porque las mujeres mayores han logrado compartir esos saberes, enfatizando en la necesidad de conservar las tradiciones y la identidad.
Hoy, la economía wayuú está representada en su tejeduría. Incluso, los hombres han comenzado a tejer, lo que ha implicado un cambio en las costumbres, porque antes era un asunto exclusivamente femenino. “Y ellos lo están haciendo muy bien”, afirma Cecilia, maestra de maestras que ha sido reconocida en numerosas ocasiones por su trabajo.
El kanasü
Kanasü, en su lengua, significa diseño. Cada una de esas geometrías que aparecen en mochilas, mantas, chinchorros, tienen un sentido estético y simbólico. Hay un kanasü que lleva el nombre de la comunidad, Iwouyaa, que significa “la estrella que anuncia la llegada de las lluvias”. Este es un conocimiento colectivo del pueblo wayuú. Son diseños propios y los mismos nombres recorren la Alta y Media Guajira. Grafías que vienen desde la araña tejedora Wale’ Kerü, la primera, la que inició los caminos del tejido.
 
Cecilia estudió Operación de Programas Turísticos en el Sena. Y fue pionera cuando abrió las puertas de su comunidad para mostrar la auténtica expresión cultural y étnica a través de un programa de Etnoturismo. Inicialmente, les dio susto, era arriesgado. Incluso, su madre se opuso por el impacto negativo que podía tener la presencia de extraños en la ranchería. “La verdad, el impacto ha sido positivo, los jóvenes se sienten orgullosos de mostrar lo que somos y han tomado conciencia sobre el valor de preservar las tradiciones”. Incluso, fundó una institución etnoeducativa con énfasis en el etnoturismo para jóvenes universitarios. Tiene once sedes y en ella trabajan tres de sus seis hijos. “Queremos que esto ayude a generar ingresos a través de un turismo responsable”.
Reconocimiento a su arte
Como autoridad tradicional del territorio ancestral El Paraíso, cargo que heredó hace seis años, cuando su madre murió, Cecilia ha liderado numerosas acciones para el reconocimiento y respeto de las tierras, pero por alzar la voz en defensa del pueblo wayuú, ha recibido amenazas y ha necesitado protección. Ella es clara cuando afirma que las nuevas generaciones deben estudiar, es importante que tengan educación para que se proyecten y tengan argumentos en momentos de posibles conflictos.
Además, pertenece a la Federación Nacional de Artesanas Wayuú, integrada por diez organizaciones. Desde ahí, se realizan proyectos de largo aliento, no solo en el cumplimiento de pedidos especiales relacionados con la tejeduría, como la cocreación que realizaron con la empresa Toto, sino que se lucha para que se les reconozca el derecho de autor de sus trabajos, pues ha habido plagios. Por eso es tan importante la Denominación de Origen otorgada a la tejeduría wayuú en 2011. Y han tenido la compañía de Artesanías de Colombia que ha ayudado a fortalecer su presencia en las ferias y ha apoyado la capacitación.
Con todas sus responsabilidades, Cecilia Acosta sigue tejiendo. Sus obras se reconocen por la textura, por la finura de su tejido. Ya han dejado de trabajar con el algodón natural, ahora sus hilos son acrílicos, sin embargo, han conseguido excelentes proveedores, explica Cecilia, quien señala que, si bien la mayor parte del trabajo es manual, con aguja croché, para tejidos grandes como los chinchorros y las mantas, usan el telar vertical. Además, en tejido peyón realizan tapices y cojines, entre otros, en una técnica totalmente distinta y con una aguja especial que fabrican en la ranchería.
“La fuerza está en nosotros”, concluye esta tejedora, quien sabe que desde lo local cada vez se hacen más universales. No en vano, constantemente les hacen pedidos o participan en cocreaciones con diseñadores de otras ciudades del país.
“Ser wayuú es saber el origen, es saber de dónde vengo y hacia dónde voy. Ser wayuú para mí es ser una mujer con un enfoque diferencial”, dice Cecilia Acosta, orgullosa de sus ancestros y de ese habitar tierras infinitas, un territorio sagrado que respeta en su inmensidad. Ama tejer, ama su trabajo social. Ama ser heredera de Wale’ Kerü, esa primera tejedora que les dio el influjo de su ser interior.
Es de mencionar que entre el 29 de octubre y el 2 de noviembre se llevará a cabo ‘Expoartesano La Memoria’, la segunda vitrina comercial más importante para los artesanos del país y en esta XI edición, que se podrá disfrutar a través de www.expoartesano.com.co tendrá en su muestra comercial más de 3.000 referencias de 300 artesanos de toda Colombia. Cecilia Acosta es una de ellos y representa a los artesanos wayuú de La Guajira.